Vale, decidido. ¡Hasta que no llegue a cien seguidores, no hay relato!
Noooooo, hombre, no soy tan mala ;)
Muchísimas gracias a todos, por leer mi blog y seguirme, sois los que me animan a seguir con esto <3
Aquí os dejo mi famoso relato solidario titulado: Por un despiste.
¡¡Espero que os guste!!
POR UN DESPISTE
Me
levanto, lista para ir al instituto. Cuando llego al autobús, mi
mejor amiga Natalia García me está esperando.
-¡Hola,
Lauriqui!
En
realidad me llamo Laura, pero ella es así.
Cuando
llegamos al instituto (como siempre, 10 segundos antes de que
cerrasen las puertas) transcurre nuestro día normal hasta que, a
última hora, llegan unas chicas de cuarto de la ESO (no sé por qué
a los de segundo no nos dejan hacer esas cosas) que anuncian una
campaña de recogida de alimentos para los niños y niñas saharauis.
El último día de la campaña será mañana. Bueno, a ver si consigo
acordarme de decírselo a mi madre.
***
Me levanto, lista para ir a trabajar. Esta vez, con suerte, me puedo permitir unas gachas para desayunar. Bien, no como desde hace tres días.
Como
cada día, seis días a la semana, cuatro semanas al mes y doce meses
al año, llego a la fábrica en la que trabajo con otros niños y
niñas. Yo, con doce años y medio, soy la mayor de todos ellos. Creo
que el más pequeño es Hamza, con tres años.
Pasan lista y entro de las primeras, porque mi nombre empieza por D...
-¿Dunia?
-Sí.-Respondo
sin ganas.
Nos
ponemos a atar los nudos sin protestar. En un intento de atar una
soga mi compañero de la derecha da un tirón a la cuerda y la
fricción me provoca una pequeña herida en el muslo. Bueno, si tengo
suerte, no se me infectará y seguiré viva un poco más.
Cuando
ya han pasado las doce horas y son las ocho de la tarde, todos
salimos de la fábrica, no sin que antes nos den nuestra paga de tres
granos de trigo. Así que vuelvo a mi casa (bueno, si es que se la
puede llamar casa; en realidad es una choza de adobe de dos metros
cuadrados) y me dejo caer sobre la fría tierra abrazada a mi única
gallina.
***
¡Ups!
Se me ha olvidado traer la comida esa de los niños pobres. Claro, es
que como estuve toda la tarde con mi nuevo iPhone y después fui a
dar una vuelta con mis amigos, se me olvidó.
Natalia
sí la ha traído. Lleva arroz, aceite y azúcar. Bueno, no creo que
nadie se vaya a morir por una ración menos en el mundo, ¿verdad?
¿Verdad...?
Cuando
recogen los alimentos, parece ser que sólo se me ha olvidado a mí.
Todos me miran con cara rara y yo me escondo debajo del pupitre,
porque me estoy poniendo colorada.
Pero
bueno, ¡que no pasa nada por una bolsa menos!
***
Me despierta el fuerte ruido de un helicóptero. Salgo de mi chabola; el cálido viento sopla en mi tez huesuda y me obliga a cerrar los ojos. Cuando cesan el vendaval y el estruendo, miro hacia la llanura. El vehículo ha aterrizado en el seco prado que hay entre las múltiples casas y chozas que se acumulan alrededor de éste. Vislumbro a la gente saliendo de sus casas para contemplar el espectáculo. La mayoría son niños extasiados, aunque también hay adultos con expresión aburrida o protectora en cuanto a sus hijos.
La
puerta del helicóptero se abre y aparecen cinco personas, personas
de tez blanca y bien alimentadas. Seguramente serán de España, un
país al que he oído que emigra la gente de aquí. Yo nunca lo he
pensado, por supuesto. Sólo tengo doce años y no llegaría viva a
la costa.
El
primer hombre, uno con el pelo de un color amarillo que yo nunca
había visto antes, gafas de sol y aspecto de ser el jefe, nos habla
en un perfecto saharaui:
-Tranquilísence,
por favor. Somos de una ONG española. Venimos a proporcionarles
comida y medicinas, facilitadas por niños de colegios
españoles y por la Asociación de Farmacias Andaluzas, para mejorar
su calidad de vida. Por favor acérquense de uno en uno para
recogerlos.
Lo
siguiente es el caos. Una estampida de adultos que se apresuran a
recoger la comida y los medicamentos para ellos y para sus hijos,
pasan por encima -literalmente- de nosotros, los niños huérfanos.
Como soy piel y huesos, cuando me pisan el brazo temo que me van a
romper...
Cuando
la estampida cesa por fin, los niños acudimos como podemos hasta el
helicóptero, y vamos recibiendo nuestros paquetes. Cuando ya se lo
han dado a Hamza, que está delante de mí, me invade un escalofrío
de felicidad.
-Aquí
tienes chico, directamente de la amable... -El hombre mira la bolsa
en la que alguien se ha preocupado de escribir su nombre.-Natalia
García. Dale las gracias.
Hamza
mira al cielo y sonríe pensando en esa tal Natalia.
¡Ya
es mi turno!
El
hombre entra en el helicóptero a por mi paquete y vuelve... con las
manos vacías.
-Lo
siento, guapa. Ya no quedan más.
Lo
miro y lo miro, y una mosca se me posa en el ojo izquierdo. No
importa, estoy acostumbrada. El insecto se va cuando se moja las
patas con mis lágrimas.
Me
alejo corriendo de la pelada llanura, pero pronto mis fuerzas se
acaban y caigo de rodillas.
Por
un paquete... Si alguien más se hubiera preocupado por nosotros, por
mí... Una persona, sólo una más...
Grito
con todas las fuerzas que me quedan y me desmayo.
Me
despierta una suave sacudida. Tengo mucho frío, aunque el sol está
en un punto alto.
-Dunia...
Es
Hamza. Está de rodillas, a mi lado, y tiene una expresión asustada
en su pequeña carita.
-Hamza, déjame. Estoy bien...
-Mentira.
Estás mal.
-No
puedes hacer nada por mí.
El
chico extiende la mano en la que tiene un puñado de azúcar.
-Sí
puedo. Toma.
Me
la echo toda en la boca y el dulzor me calienta la sangre. Es
conmovedor que los que menos tienen, sean los que más lo comparten.
-Muchas
gracias.-Digo a media voz.
-De
nada. Eres mi amiga.-Y se aleja brincando.
Como
esperaba, los demás adultos se han encerrado en sus chozas con sus
hijos, y cuando llame harán como que no están en casa. Me cuesta
entender a los mayores, aunque supongo que su repentino egoísmo se
debe a querer proteger la vida de sus hijos. ¿O la suya...? No lo
sé; como he dicho, nunca los comprenderé.
De
repente, otro helicóptero aterriza en la pradera (no sé cuánto
tiempo llevo inconsciente, pero el otro se fue hace tiempo) y allí
aparece una joven con un micrófono en la mano. Ya he visto gente
como ella antes: vienen a grabarnos en nuestra miseria para que
después lo vea la gente de otros continentes.
El
caso es que empieza a hacerme preguntas sobre la ONG, pero habla tan
rápido que no la entiendo. Además, su saharaui no es tan bueno como
el del otro hombre; se le nota el acento español. Espera, ya la
entiendo.
-¿Qué?¿Estás
contenta con tu paquete?
-No
tengo paquete.-Contesto aburrida.
-¿Qué?-La
reportera se pone nerviosa, puede que estén en directo.
Le
explico toda la historia. De cómo Hamza estaba delante y le dio las
gracias a Natalia, y tristemente ése era el último paquete. Por
uno, empiezo a repetir.
-Por
uno, por uno, por uno...
La
reportera da las gracias a la gente que supuestamente la está
viendo, me da un caramelo y se va en su helicóptero.
Yo
me lo como y vuelvo a mi casa a dormir, porque mañana tengo trabajo
y ya me pegarán bastante por no haber ido durante el tiempo que ha
durado mi desmayo.
***
No
puede ser verdad.
Lo
que acabo de ver en las noticias no puede ser culpa mía...
¿Verdad
que no...?
Así
que ese chico recibió la comida de Natalia... Y la niña tendría
que haber recibido la mía.
¡Mi
despiste va a acabar con su vida!
Ya
sé qué hacer.
Marco
corriendo en mi iPhone el número de la cadena de televisión. Me
atiende una mujer con voz aburrida y yo le pido toda la información
posible sobre el reportaje. Cuando me da las coordenadas, cuelgo
directamente.
Llamo
a mi madre y le digo que cambie el destino de nuestro viaje anual
(siempre lo elijo yo) y que en vez de ir a Los Ángeles, vayamos al
Sahara Occidental. Se me queda mirando extrañada, pero mi expresión
debe indicarle que no voy de broma, porque acepta.
Cuando
llega el día y llegamos a nuestro destino, cojo el mapa y empiezo a
indicarle a mi madre la dirección hasta el poblado que me indicó la
mujer de la cadena. Aunque vamos en todoterreno, tardamos todo un
día. Mi madre no para de preguntarme que por qué vamos allí, que
por qué no hacemos un safari en vez de esto y que por qué he
cargado tantos manjares en el maletero, pero yo no le hago caso.
Y
llegamos. Es por la noche.
Y
la veo.
Está
sentada en el suelo, con un niño de unos tres o cuatro años. Ella
parece de mi edad, unos trece años. Comen una sustancia amarillenta
de un cuenco de madera. Sin hacer ruido, cojo una empanadilla del
maletero, me acerco a ella y se la tiendo.
-Para
ti. Yo, Laura.-Me señalo con el dedo y después la apunto a
ella-¿Tú?
Me
mira y me mira asustada, y también a la empanadilla. La coge con
cautela, se tranquiliza y dice:
-Yo...
Dunia.
No
sé cómo decirle que fui yo la culpable, que fui yo la que hizo
posible su desgracia, así que simplemente empiezo a extender un
mantel en el suelo y a poner toda la comida que he traído; para el
niño, para ella y para todos los niños huérfanos que están
empezando a asomarse desde las destartaladas puertas.
Y
es que una sola persona no sólo puede ignorar una vida...
También
puede salvar muchas de ellas.
FIN
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¿Qué? ¿Os ha emocionado?
Si se os han saltado las lágrimas, no os cortéis de decirlo que me haría sentirme orgullosa de mí misma ;)
Un beso... Y que viva el chantaje.
ooooooooh T_T pero que hermoso que mal que hayas entregado tardeee :/ espero que sigas escribiendo y subiendolo al blog :D Saludoos
ResponderEliminarGracias :)
EliminarBe happy (me gustaría saber tu nombre ;c) me emocionó muchísimo tu relato, yo creo que no se me cayeron un par de lágrimas porque no lo sé, ya no me quedan (estupidez máxima).
ResponderEliminarBue' la verdad es que está hermoso, y sí, muchas veces UNA PERSONA puede hacer la diferencia, sí que sí, puede que uno diga "ah, se me olvidó, qué voy a hacer... Para la próxima...", pero sus vidas no esperaran hasta la próxima, es AHORA O NUNCA.
Hermoso relato, cariño... Un abrazo(:
Si es que tenemos que ponernos en el lugar de los demás >.<...
EliminarGracias por tu comentario.
Mi nombre, jajaja. Algún día...